domingo, 30 de junio de 2013

El “tú” en mí (11-03-2013) Sam Kean

Células de un hermano, hijo, o posiblemente incluso de un amante largamente olvidado pueden persistir en nuestros cuerpos durante décadas, aunque todavía se sabe poco acerca del rol que juegan los intrusos genéticos. La investigación sobre el fenómeno ha revelado tentadores enlaces con enfermedades autoinmunes y cambios en el cerebro, a la vez que levantan complicadas preguntas sobre identidad.
Debería haber un test de paternidad rutinario. En 2002 Lydia Fairchild (madre de dos hijos y embarazada del tercero) apeló al estado de Washington por prestaciones sociales. Debido a que casi recibió apoyo con sus hijos de su, a veces novio Jamie Townsend, el estado requirió una audiencia oral para determinar cuánta ayuda social sería la adecuada. El estado demandó tests de paternidad para probar que Townsend era el padre, y así ambos poder entregar células de un frotis bucal. Unas cuantas semanas después, Fairchild recibió una llamada del departamento de servicios sociales. Los oficiales de allí querían charlar. En persona.                       
Cuando llegó, los oficiales cerraron la puerta. Fairchild notó hostilidad y dijo que la acribillaron con preguntas raras e insinuantes. Finalmente, revelaron la razón del interrogatorio. La prueba de ADN había probado que Townsend era el padre. Pero estaba descartado que Fairchild fuera la madre, y ella dijo que el estado no creía que el niño fuera realmente suyo.
Estupefacta, Fairchild condujo hasta casa y sacó los certificados de nacimiento de su hija, y fotografías de cuando ella misma era pequeña. Llamó a su madre y se echó a llorar. El estado, mientras tanto, había enviado el ADN a un segundo laboratorio. En unas semanas se confirmaron los resultados obtenidos por el primero.

                  

Las cosas fueron liosas a partir de ahí, como un corte en la rutina que deterioró es una investigación de las relaciones de Fairchild con su hijo. Los fiscales estatales no sabían si actuaba como sustituta o si había secuestrado al niño, y Fairchild estaba preocupada de que el estado pudiera investigarla por fraude a los servicios sociales. También temía que los servicios sociales se llevaran a su hija, e hizo acuerdos secretos para esconderse si fuera necesario.
El juez en el caso esperó que los inminentes datos necesarios aclararan las cosas. Designó a un testigo para vigilar la cuna en la habitación y que vigilara que la sangre venía de Fairchild y de su bebé, para más pruebas. Fairchild estuvo de acuerdo con esto, pero de nuevo la prueba dio negativo. Su ADN indicaba que el bebé que acababa de salir de su canal del parto no era suyo.
Los fiscales estaban perplejos. Uno de ellos empezó a buscar en la literatura médica y encontró un caso similar en 1998, que concernía a una mujer en Boston que necesitaba un trasplante de riñón. Sus tres hijos y ella se habían hecho pruebas de ADN para encontrar a un donante válido. En vez de eso, descubrieron que ella no podría ser posiblemente la madre de dos de ellos. Genéticamente, de hecho, ellos parecían ser los hijos de su marido del hermano de ella, el tío de los niños.                            
Por una corazonada, los médicos examinaron el ADN en un nódulo tiroideo que ella se había extirpado años atrás. Extrañamente, el ADN tiroideo coincidía con el ADN de sus tres hijos. Tras esto, los doctores determinaron que la mujer tenía una extraña condición llamada quimerismo; debido a un giro prenatal del destino, ella era una mezcla genética de dos personas con diferentes células. Como resultado, las células en algunos tejidos (piel y sangre) y en otros (su tiroides y sus órganos reproductivos) tenían ADN diferente.
Tras estas revelación, Fairchild dio más células para las pruebas de ADN, pero esta vez de todo su cuerpo, incluyendo su cérvix. El plan funcionó. El ADN cervical era diferente al de la piel y la sangre que había dado antes, pero encajaba perfectamente con el de sus hijos. Como la mujer de Massachusetts, Fairchild fue declarada quimera, y después de 16 meses de lucha legal, sus hijos eran oficialmente suyos de nuevo.

                  

El quimerismo es una bestia extraña. Científicamente, es la persistencia de células de dos (o más) personas en un cuerpo. Los números son vagos, pero muchos (si no todos) humanos son probablemente un poco quiméricos, desde que las madres y los fetos comúnmente intercambian células durante la gestación. Ese tipo de células ciméricas pueden invadir órganos en todo el cuerpo, incluyendo el cerebro, y los científicos han encontrado enlaces tentadores entre el quimerismo y las enfermedades autoinmunes, en las que el sistema inmunitario del cuerpo ataca sus propias estructuras. Más allá de las estrictas publicaciones médicas, el quimerismo  también aumenta las preguntas psicológicas sobre el desarrollo de la identidad sexual en los niños, la vinculación afectiva madre-hijo, e incluso lo que constituye el self (el “yo”).                                  
La larga escala de quimerismos en Lyidia Fairchild ocurrió cuando su hermano mellizo se metió dentro de la matriz durante las primeras semanas de gestación. Los hermanos mellizos vienen de dos ovarios separados y por tanto, tienen diferente ADN, como hermanos separados normales. A veces, uno “consume” al otro absorbiendo sus células.
El bebé único resultante es un mosaico de diferente ADN en diferentes órganos. Un quimérico de un hermano y una hermana puede ser hermafrodita; si son del mismo sexo, puede tener partes de piel o los ojos de diferente color, pero, si no, probablemente parecerá normal. En ausencia de una prueba extensa de ADN, ella probablemente nunca lo hubiera sabido.
Este sigilo hace difícil determinar la predominancia del quimerismo. Algunos científicos apuntan a un cuarto de todos los gemelos terminan siendo únicos, pero la mayoría comentan cifras más bajas. En cualquier caso, el número de quimeras esté probablemente creciendo: la inseminación in vitro que incrementa las posibilidades de tener gemelos en un 30% también se asocia con un incremento en la probabilidad del quimerismo.

                    

Este incremento ha alarmado a algunos intelectuales legales. Visualizan situaciones donde un quimérico viola, por ejemplo, y queda libre porque el ADN del esperma recogido en la escena del crimen no encaja con el de la piel o la sangre que él entrega a la policía. Por ahora, estos escenarios permanecen como teóricos, y fuera de Lydia Fairchild, sólo el caso de la vida real que involucra al quimerismo era más que era farsa. Un ciclista profesional que se había dopado con sangre (inyectándose con algunas células de sangre de más para aumentar su resistencia) aseguró que las células extrañas de su interior venían de un gemelo desaparecido en el útero de su madre. El jurado que escuchó esta declaración no se lo creyó.
Más común aún que una amplia escala de quimerismo, es en microquimerismo: el quimerismo a pequeña escala. El microquimerismo puede venir de trasplantes de médula ósea de hueso, transfusiones pobremente preparadas de sangre, e intercambio de células de gemelos en el útero; hay evidencia de que también dar el pecho puede pasar células de la madre al hijo, y algunos científicos especulan que el sexo sin protección puede contribuir. Pero la causa más común de microquimerismo es el embarazo.
Según el pensamiento tradicional, la placenta actúa de barrera entre la madre y el hijo en el útero, preveniendo un intercambio de células entre ambos. Pero investigaciones recientes muestran que la placenta es más más porosa de lo que se pensaba, según Kirby Johnson, un biólogo de la Universidad Tufts. “Ahora sabemos que la madre y su bebé tienen que estar conectados. La comunicación basada en las células es esencial para un embarazo saludable”.
Sobre todo, la placenta permite la comunicación en doble sentido, con células fetales entrando en Mamá, y células maternas deslizándose dentro del Hijo. (Incluso las células tumorales pueden cruzar, y hay algunos casos bien documentados de madres dándoles cáncer a sus fetos). Después de que las células crucen, algunas son rodeadas y eliminadas por el nuevo sistema inmunitario. Muchas, sin embargo, arraigan en el otro cuerpo, metiéndose en el corazón, hígado, riñones, bazo, piel, páncreas, vesícula biliar e intestinos, además de otros lugares. Muchos de esos órganos hospedan decenas de centenas de intrusos por cada millón de células normales, pero los pulmones pueden tolerar miles de células extrañas por cada millón. Las células fetales hacen un buen trabajo colonizando el cuerpo de Mamá desde que tienen el poder, al igual que el de células externas, de convertirse en múltiples tipos de tejidos, dependiendo de dónde se encuentren.

                                           

Al principio, los investigadores asumieron que los trasplantes microquiméricos podrían dañar el recipiente. Muchos científicos que estudiaron el microquimerismo también estudiaron las enfermedades autoinmunes, que ocurrían tres veces más en mujeres que en hombres. Los científicos han razonado que quizás en sistema inmunitario de la madre, mientras trata de exterminar las células fetales dentro de ella, inadvertidamente causa daños colaterales a sus propios tejidos. Los estudios han profundizado enlazando altos niveles de células microquiméricas con algunas formas de lupus, cirrosis y enfermedades de la tiroides. Los estudios con gemelos también han encontrado altos niveles de microquimerismo en mujeres con múltiples esclerosis.
Aún hay mucha evidencia de que las células microquiméricas previenen algunas enfermedades. Los científicos han documentado casos donde las células quiméricas retardaban la diabetes y enfermedades del hígado, por ejemplo. Las células fetales, por su poder como células externas, pueden reparar tejidos dañados: son esencialmente un trasplante de células más jóvenes y saludables en órganos agotados. Incluso de forma más intrigante, el microquimerismo puede ayudar a proteger contra ciertos tipos de cáncer. Las mujeres con cáncer de mama, por ejemplo, normalmente tienen bajos niveles de microquimerismo que las que no han desarollado la enfermedad, sugiriendo una posible función de las células fetales para ayudar a nuestro cuerpo a detectar y destruir tumores. De modos similar, cuando los pacientes con ciertos tipos de leucemia reciben una transfusión de sangre de un cordón umbilical de no familiares (sangre recogida poco después del nacimiento, de la placenta o el cordón umbilical) los índices de recaída disminuyen. Esto ocurre porque la sangre del cordón contiene células inmunes maternas que las mujeres desarrollan en respuesta al embarazo, y que luchan contra las células cancerosas en el recipiente.
Determinar los efectos de las células híbridas se consigue de manera aún más complicada en el cerebro. Hasta hace poco, los científicos ni siquiera sabíamos que las células microquiméricas podían invadir el cerebro, dice Johnson, en parte por la barrera cerebro-sangre (un cortafuegos celular que aísla el cerebro del cuerpo en sí, mucho más que al feto en su útero). Pero el último año, un equipo de investigadores, dirigidos por el inmunólogo Willian Chan y J. Lee Nelson en el Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson en Seattle, demostró que la barrera cerebro-sangre es tan porosa como la planceta. Su certificación de microquimerismo en el cerebro humano (lo primero) “es muy alentador” y debería finalmente abrir la investigación en cómo el microquimerismo podría afectar a la función cerebral y a las enfermedades cerebrales, según Gerald Udolph, un biólogo del Instituto de Biología Médica en Singapur.
El equipo de Chan y Nelson introdujeron pruebas de ADN en cerebros de 59 mujeres que murieron en edades comprendidas entre 32 y 101. Para simplificar las cosas, buscaron genes sólo del cromosoma Y (las mujeres no deberían tener ningún cromosoma Y en el ADN, así que descubrirlos mostraría fuertes evidencias hacía la presencia de células microquiméricas). Al final, los científicos encontraron evidencias de ADN de células masculinas en el 63% de los sujetos, distribuidas en múltiples regiones cerebrales. Una mujer que dio positivo murió a los 94, bien superada la etapa fértil, significando que las células masculinas se habían aferrado a ella durante casi medio siglo.
¿Dónde apareció el ADN masculino en el cerebro? Sobre todo, en las zonas de los lóbulos parietales y temporales de las muestras estudiadas; los lóbulos occipitales y temporales lo contenían en tasas menores. El ADN masculino se encontró en un 35% y 40% de las muestras del tálamo y del hipocampo respectivamente, y en el 90% de las muestras de médula, la parte del bulbo raquídeo por encima de la médula espinal. Esto no debería tomarse como números absolutos, porque el equipo tenía muestras pequeñas, y ni siquiera intentaron buscar células microquiméricas de mujeres. Pero la amplia distribución es importante, según Udolph, porque muestra que las células fetales “podrían ser capaces de contribuir a la funcionalidad de muchas, o quizá todas, las áreas cerebrales. El seguimiento de múltiples zonas cerebrales también podría demostrar que esas células son maleables.”

                       

Todavía, el estudio levanta más preguntas de las que responde. Chan y Nelson no saben si las células masculinas de ADN encontradas pueden venir de neuronas o de otras células cerebrales, aún menos si las células invasoras afectan a la memoria, percepción u a otras facetas de la mente. Sin embargo, estudios animales dan una idea de lo que ese tipo de células podrían hacer.
Los experimentos de Udolph han mostrado que en madres ratones, las células fetales se convierten en neuronas totalmente capacitadas e intervienen en procesos cognitivos. A pesar del diferente ADN, no hay evidencia de que esas neuronas puedan hacer que las madres piensen de forma diferente, dijo, pero esta afluencia “puede ser vista como una forma de ocurrencia natural de un trasplante de células externas” que puede reparar defectos en el cerebro y devolver la función normal. A un nivel más general, dado todo el tráfico celular de doble sentido, “el dogma de cada célula en nuestro cuerpo genéticamente idéntico tiene que ser revisado”, dice.
El trabajo de Nelson y Chan también explora un potencial enlance entre el microquimerismo y el Alzheimer. Cuanto más a luz da una mujer, mayor riesgo tiene de padecer Alzheimer. Nelson razonó que quizás una acumulación de células fetales en el cerebro puede contribuir a esa condición. Sorprendentemente, el estudio demostró lo contrario. Las mujeres tenían un 60% menos de posibilidades de tener Alzheimer si su cerebro hospeda células microquiméricas masculinas. Nelson advierte que estudios posteriores pueden alterar significativamente esta imagen, pero por ahora el microquimerismo no parece ser una causa. Si los resultados se sostienen, pueden dar una nueva guía para retardar o prevenir el Alzheimer.
El microquimerismo también puede jugar un papel en el desarrollo infantil. Un feto en el útero está expuesto a muchas células maternas. Una mujer también tiene células de su madre almacenadas en sus órganos, desde sus días de feto. Así que cada mujer embarazada tiene al menos tres generaciones de células en su interior. Si una futura madre ha estado embarazada antes, las células del primer embarazo podrían también estar en la mezcla. De hecho, hay evidencias de que los hermanos mayores pueden transmitir sus células a los hermanos más jóvenes por el útero.
Este paso de células podría tener consecuencias reales. Como el feto crece semana a semana, los genes seguros se apagan y encienden, y las células producen diferencias bioquímicas y se comportan de diferentes formas, dependiendo del diferente estado de desarrollo en el que se encuentre. Pero las células de un hermano mayor que también ha pasado por esas etapas de desarrollo podrían ser demasiado “viejas” para el cuerpo del feto, según sostiene Nelson, y podrían comportarse de forma inadecuada si se incorporan. Quizás no signifique nada. Pero el intervalo y el orden de nacimiento parecen afectar a aspectos del desarrollo. Los hombres tienen mayor probabilidad de ser homosexuales, por ejemplo, si tienen hermanos varones biológicos mayores. Los científicos actualmente atribuyen este efecto a una posible respuesta inmune de la madre, pero quizás las células del hermano varón mayor juegan un papel también. Y lo que es más, cuanto más cercano esté el nacimiento de dos hermanos biológicos, más probable es que el menor sea autista. Un intervalo de nacimiento de menos de un año incrementa en tres veces las probabilidades. Nadie sabe qué rol (si lo hay) podría tener el microquimerismo en el desarrollo de los hermanos (o en la función cerebral). “Es una pregunta abierta”, dice Nelson. Pero menores niveles de células extrañas pueden afectar a cómo funcionan los órganos, anota, así que es al menos biológicamente posible. Johnson del Tufts añade que ahora es legítimo preguntar si las células microquiméricas podrían afectar incluso a las preciadas facultades humanas como la memoria y el aprendizaje.

              

Normalmente pensamos que un cuerpo puede contener sólo a una persona. Nuestras células incluso producen marcas especiales en la superficie para distinguir lo propio de lo ajeno. Pero en quiméricas como Lydia Fairchild las células de dos personas distintas conviven en el mismo cuerpo: ella es casi su propia gemela celular. Casos como el suyo fascinan a los científicos porque vencen a nuestras nociones sobre la identidad.
El microquimerismo “cambia la forma en la que miras la experiencia humana”, dice Johnson. Estamos unidos con grilletes a nuestras madres, aprecia, “y tener ese movimiento cognitivo de “estás en mis pensamientos” a “estás presente en mí” es algo poderoso. Estás tomando una relación y volviéndola algo físico.”
La relación madre-hija es especialmente significativa para Johnson. Él empezó estudiando el microquimerismo en 1999, unos años antes de que su propia madre muriera en una enfermedad autoinmune del hígado. Durante ese tiempo, el constantemente compartió sus descubrimientos con ella, incluyendo la evidencia temprana de que las células microquiméricas pueden luchar contra enfermedades, no sólo causarlas. Así que cuando la enfermedad de su madre progresó, encontró consuelo en la posibilidad de que sus células estuvieran batallado por su bien dentro de ella, prolongando su vida al menos un poco.
Incluso ahora, Johnson puede consolarse en otro hecho: por el intercambio en doble sentido de las células en el útero, él casi seguramente tenía algunas de las células de su madre dentro de él. De alguna forma, entonces, ella no se había ido. “Cuando tú estás con alguien en el final de sus días, lo que pasa a través de tu mente es la inmortalidad”, dijo. “Y para mí la inmortalidad no es vivir para siempre, sino influir.” Porque las células de su madre continúan actuando dentro de él, contribuyendo a cómo su cuerpo (y quizás incluso su mente) trabajan, su madre ha logrado un tipo de “influencia celular perpetua”, dijo (un modesto tipo de inmortalidad).

Alguna gente incluso enfrenta el tipo de crisis de identidad o legal que enfrentó Lydia Fairchild. Pero a lo largo de la influencia del quimerismo, todos nosotros existimos en un continuo con él. Todos llevamos un poco de alguien dentro de nosotros, y sus células influyen en casi cada órgano de nuestro cuerpo. Cuando describimos lo que todo esto quiere decir, a Nelson le gusta citar Song of Myself, de Walt Whitman. A pesar del título, el poema no se milita a un narrador o una perspectiva. Abarca muchos puntos de vista, y algunas de sus líneas más celebradas presagian la nueva realidad biológica y psicológica del quimerismo. “Cada átomo me pertenece tanto a mí como a ti” escribió Whitman. Y “soy grande, contengo multitudes”. Gracias al microquimerismo, así es.

                Bisabuela, abuela, madre e hija

domingo, 23 de junio de 2013

Confesiones de un sociópata (7-5-2013) M.E. Thomas

Ella es una exitosa profesora de derecho, y también los domingos en el colegio, con muchos familiares y amigos. Pero sus cálculos interpersonales se centran en cómo manipular y aventajar a la gente de su entorno. Bienvenido a un mundo de implacable análisis coste-beneficio, encanto y grandiosidad.
            “Nunca he matado a nadie, pero desde luego, he querido hacerlo. Puedo tener un trastorno, pero no estoy loca. En un mundo lleno de pesimismo, de cosas mediocres que  llevan a ninguna parte en una carrera de locos, la gente es atraída por  mi excepcionalidad como las polillas a la luz. Esta es mi historia.
            Una vez, mientras visitaba Washington D. C., usé una escalera mecánica que estaba cerrada, y un trabajador del Metro intentó avergonzarme al respecto:
            Él: ¿No has visto la cancela amarilla?
Yo: ¿La cancela amarilla?
Él: Acabo de ponerla, ¡y estabas pretendiendo pasar al otro lado!
Yo: (Silencio. Mi cara estaba blanca).
Él: ¡Es una transgresión! ¡Está prohibido! La escalera mecánica está cerrada, ¡has infringido la ley!
Yo: (Le miré fijamente en silencio).
Él: (Visiblemente agitado por mi falta de reacción): Bueno, la próxima vez no lo hagas”.
No estaba bien. Explicando sus horribles acciones, la gente a menudo dice que ellos “sólo gritaron”. Conozco ese sentimiento. Estuve ahí un momento, dejando que mi ira buscara esa parte de mi cerebro de toma de decisiones, y de repente estuve llena de un sentido de calma a propósito. Parpadeé y coloqué mi mandíbula. Empecé a seguirle. La adrenalina empezó a fluir; mi boca sabía a metal. Luché para mantener mi visión periférica enfocada, siendo totalmente consciente de todo lo que me rodeaba, intentado predecir el movimiento de la multitud. Esperaba que él entrara en una sala donde pudiera encontrarle solo. Una imagen vino a mi mente: mis manos rodeando su cuello, mis pulgares hundiéndose profundamente en su garganta, su vida escabulléndose bajo mi apretón constante. Qué bien me haría sentir. Pero sé que estaba dentro de una fantasía megalomaníaca. Y al final no importaba; perdí su pista.”

            Soy sociópata

            El remordimiento es extraño para mí. Tengo una inclinación a la mentira. Soy libre del enredo y de las emociones irracionales. Soy estratégica y astuta, inteligente y segura, pero también me esfuerzo para reaccionar apropiadamente a las pistas sociales confusas y dirigidas por emociones de la gente.                   
            No fui víctima de abuso infantil, y no soy una asesina o una criminal. Nunca he merodeado tras los muros de la prisión; prefiero estar cubierta por la hiedra. Soy una abogada consumada y una profesora de derecho, una joven académica respetada quien regularmente escribe para revistas de derecho y para el avance de teorías legales. Dono el 10% de mi sueldo a la caridad y enseño los domingos en un colegio para la Iglesia Mormona. Tengo un círculo cerrado de familiares y amigos, a los cuales quiero mucho, y ellos a mí. ¿Esto suena como tú? Recientemente se estima que 1 de cada 25 personas es sociópata. Pero tú no eres un asesino en serie, ¿nunca has estado en prisión? La mayoría de nosotros no. Sólo el 20% de los hombres y mujeres en prisión son sociópatas, aunque probablemente somos responsables de aproximadamente la mitad de todos los crímenes serios cometidos. No hay muchos sociópatas encarcelados. De hecho, la silenciosa mayoría vivimos libre y anónimamente, trabajando, casándose y teniendo hijos. Somos una legión, y diversa.
            Te caería bien si me conocieras. Tengo el tipo de sonrisa que es común en los  personajes de los shows de televisión y rara en la vida real, perfecta en estas dimensiones de dientes brillantes, y hábil para expresar una invitación agradable. Soy el tipo de cita que te encantaría llevar a la boda de tu ex (divertida, excitante, la perfecta acompañante oficial). Y tengo la cantidad exacta de éxito con la que tus padres estarían entusiasmados si me llevaras a casa.
            Quizás, el aspecto más notorio de mi confidencia es la manera en la que mantengo el contacto visual. Alguna gente lo denomina la “mirada fija de depredador”. Los sociópatas estamos impávidos ante el contacto visual ininterrumpido. Nuestro fallo de mirar educadamente también se percibe como ser agresivo o seductor. Esto puede confundir a la gente, pero a menudo, de una manera emocionante imita el sentimiento inquietante de pasión. ¿Alguna vez te has descubierto usando el encanto y la confianza para conseguir que la gente haga cosas por ti que no harían de otra manera? Alguien puede llamarlo manipulación, pero a mí me gusta pensar que estoy usando lo que Dios me ha dado.
            Era una niña perceptiva, pero no podía relacionarme con la gente más allá de divertirles, lo que era sólo otra forma para mí de hacerles hacer o comportarse de la manera en la que quería que lo hicieran. No me gustaba que me tocaran y rechazaba el afecto. El único contacto físico que solía desear entrañaba violencia. El padre de un amiga de la escuela elemental tenía que apartarme a un lado y pedirme severamente que dejara de golpear a su hija. Ella era una cosa delgada, fibrosa, con una risa ridícula, como si estuviera pidiendo que la abofetearan. Yo no sabía que estaba haciendo algo malo. Ni siquiera se me ocurrió que podría herirla o que podría no gustarle.

                                          
           
            Un caótico entorno de crecimiento

            Era la hija mediana en una familia con un padre violento y una indiferente, a veces histérica, madre. Era reacia a mi padre. Él era un sostén familiar de muy poca confianza, y  a menudo volvíamos a casa encontrándola sin electricidad porque hacía meses que no pagábamos el recibo. Él gastaba miles de dólares en hobbies caros, mientras que llevábamos naranjas de nuestro patio trasero para el almuerzo. El primer sueño recurrente que puedo recordar era sobre matarle con mis propias manos. Había algo emocionante en la violencia en sí misma, destrozando la puerta en su cabeza repetidamente, sonriendo hasta que cayera sin sentido al suelo.
            No me importaba discutir con él. Hice un punto de no regreso de nuestras peleas. Una vez, en mis diez años, discutimos sobre el significado de una película que habíamos visto. Le dije “cree lo que quieras”, y entonces me fui.  Me metí en baño de arriba, gritando y cerrando la puerta. Sabía que él odiaba esta frase (mi madre la había usado antes), y mi repetición de eso presentaba el espectro de otra generación de mujeres en su casa que rechazaran respetarle o apreciarle, y en vez de eso, lo despreciaran. También sabía que él odiaba las  puertas cerradas. Sabía que esas cosas podían herirle, que era lo que quería.
            “¡Abre, abre!”. Hizo un agujero en la puerta, y pude ver que su mano estaba sangrando e hinchada. No me preocupaba su mano, y tampoco estaba encantada de que se hiriera, porque sabía que eso le daba la satisfacción de estar afectado por tanta pasión, que podría ignorar su propio miedo y sufrimiento. El siguió trabajando en el agujero dentado hasta que fue lo suficientemente grande como para pegar su cara al otro lado; estaba sonriendo tan ampliamente que se le veían los dientes.
            Mis padres ignoraban mis complicadas y evidentes maneras de manipular, engañar y engatusar a otros. Ellos se negaban a ver que yo asociaba los conocimientos de la infancia sin realmente formar conexiones, nunca viéndolas como algo más que el movimiento de los objetos. Mentía todo el tiempo. También robé cosas, pero más a menudo podía sólo engañar a los niños para que me lo dieran. Imaginaba a la gente en mi vida como robots que se apagaban cuando no estaba interactuando directamente con ellos. Me escabullía en las casas de la gente y reorganizaba sus pertenencias. Rompí cosas, quemé cosas y herí a gente.
            Hice lo mínimo necesario para insinuarme dentro de las buenas acciones de cada uno, así que podía conseguir lo que quisiera: comida cuando la despensa de mi familia estaba vacía, que me llevaran a casa o a actividades si mis padres estaban desaparecidos en combate, invitaciones a fiestas, y la cosa que más ansiaba, el miedo que infundía en otros. Sabía que era la única con poder.
            Agresión, toma de riesgos, y una falta de conocimiento para la propia salud de uno, o de otros, son distintivos de la sociopatía. Cuando tenía 8 años, casi me ahogué en el océano. Mi madre dijo que cuando el socorrista me sacó del agua y me hizo el boca a boca, lo primero que emití fueron jadeos de risa. Aprendí que la muerte podría venir en cualquier momento, pero nunca tuve miedo de eso.
            Antes de mi 16 cumpleaños, me puse muy enferma. Normalmente guardaba estas cosas para mí misma. No me gustaba meter a otros en mis asuntos personales, porque era invitar a otros a que interfirieran en mi vida. Pero ese día, le conté a mi madre el dolor punzante bajo mi esternón. Después de que expresara su exasperación usual, me dio medicina de hierbas y me dijo que descansara. Fui al colegio a pesar de estar enferma. Todos los días mis padres tenían un nuevo remedio; llevaba una pequeña bolsa de medicinas conmigo (de la tripa, homeopáticos cura todo...).
            Pero todavía me dolía. Toda la energía que solía emplear en encantar a otros se dirigió a controlar el dolor. Dejé de asentir y sonreír; en su lugar, les miraba con ojos muertos. No tenía filtros para mis pensamientos secretos; les dije a mis amigos lo feos que eran y que merecían las malas cosas que les ocurrieron. Sin el aguante para calibrar mi efecto en la gente, me abracé a mi maldad.
            Mi dolor abdominal emigró a mi espalda. En este punto, pasaba la noche durmiendo en el coche de mi hermano. Después, mi padre miró mi torso y vio que algo estaba mal. De mala gana, dijo: “Iremos al médico mañana”.
            El día siguiente, en el médico, el doctor habló en tono enfadado. Mi madre se hundió en el silencio, en una negación semi-catatónica, el estado en el que se hundía cuando mi padre golpeaba cosas. El doctor preguntó: Si sentiste dolor, ¿qué has estado haciendo los últimos 10 días? Entonces perdí el conocimiento. Cuando volví en mí, oí gritos y a mi padre convenciendo al doctor de que no llamara a la ambulancia. Pude sentir su desconfianza hacia él.
            Pude ver el pánico salvaje en los ojos de mi padre. Mi madre y él me dejaron sufrir durante casi una semana porque, como descubrí más tarde, nuestro seguro médico familiar había caducado. Cuando me desperté después de la cirugía, vi a mi padre supervisándome con cansado enfado. Mi apéndice estaba perforado, las toxinas se arrojaron en mi tripa, me volví séptica con la infección, y los músculos de mi espalda se empezaron a gangrenar. “Podrías haber muerto; los doctores están muy enfadados” dijo mi padre, como si debiera disculparme a todo el mundo. Pienso que mi sociopatía estaba desencadenada en gran parte porque nunca aprendí a confiar.

    ¿Por qué un juicio es el capricho de un sociópata?

El narcisismo de mi padre le hacía amarme por mis logros, porque reflejaban bien en él, pero también le hacían odiarme porque nunca encajé en su auto-imagen, que era todo lo que le preocupaba. Creo que hice muchas cosas que él hizo (jugar al baloncesto, tocar en una banda, asistir a la escuela de derecho) así que él podía saber que yo era mejor.
Me encantaba sacar notas altas en el colegio; significaba que podía escabullirme de cosas que otros estudiantes no. Cuando era joven, lo que me entusiasmaba era el riesgo de descubrir qué poco podía estudiar para sacar un sobresaliente. Era lo mismo para ser abogada. Durante el examen para ser abogado en California, la gente lloraba del estrés. El centro de convención donde nos examinábamos parecía un centro de asistencia de desastres, con la gente desesperándose intentando recordar todo lo que habían memorizado durante las ocho semanas anteriores (semanas que yo pasé de vacaciones en México). A pesar de estar desafortunadamente enferma me preparé muchos patrones, y era capaz de mantener la calma y focalizar mi energía en maximizar el conocimiento que tenía, aprobando mientras otros suspendían.
Pese a mi pereza y falta general de interés, fui una gran abogada cuando quería. En un momento dado, trabajé como fiscal en el departamento de delitos menores de la oficina del distrito de abogados. Mis rasgos sociópatas me hicieron particularmente excelente en ser abogada litigante. Soy buena bajo presión. No siento culpa o remordimiento, lo que es útil en este negocio sucio. Los fiscales de delitos menores casi siempre tienen que meterse en juicios con casos en los que nunca habían trabajado antes. Todo lo que puedes hacer es engañar y esperar a estar listo para enredarte en eso. La cosa con los sociópatas es que somos en gran medida inafectados por el miedo. Además, la naturaleza de si el crimen es o no legal no me incumbe; sólo estoy interesada en ganar el juego legal.
Cuando estaba en una firma de abogados, me asignaron trabajar para una asociada senior llamada Jane. Me basé en una de las oficinas satélite de la firma, así que sólo la vi una vez cada pocas semanas. En las firmas de abogados, se supone que vas a tratar a tu asociado senior como si fuera la última autoridad, y Jane se tomó seriamente esta estructura. Podrías decir que ella nunca disfrutó de su poder en ninguna otra esfera social. Su piel pálida moteada con la edad, dieta pobre e higiene regular eran evidencias de una vida pasada fuera de la élite social. Ella quería llevar bien su poder, pero ella era torpe con él (pesado), sosteniéndolo en circunstancias seguras y siendo una pusilánime en otras. Ella era una entretenida muestra de poder y duda propia.
No era su mejor asociada, y Jane creía que yo era indigna de todo eso que yo había conseguido. Ponía mucho esfuerzo en vestir apropiadamente, mientras que yo llevaba chanclas y camisetas de manga corta en cada oportunidad medio razonable. Mientras ella facturaba tantas horas como era humanamente posible, yo explotaba las vacaciones policiales inexistentes tomándome fines de semana de tres días y vacaciones de largas semanas.
Un día entramos juntas en el ascensor. Había también dos hombres altos y guapos dentro. Ambos trabajaban arriesgando capital en el edificio. Se podría decir que recibían bonus multimillonarios y probablemente llegaban regularmente en uno de los Maseratis aparcados escaleras abajo. Los hombres discutían sobre la sinfonía que habían escuchado la noche antes (yo también la había oído, pensando que normalmente no lo hago). Casualmente les pregunté por ella.
Se iluminaron: “¡Qué suerte haberte encontrado! Quizá tú puedas resolver una disavenencia; mi amigo piensa que era el segundo concierto de piano de Rachmaninoff que se representó esa noche, pero yo pienso que era el tercero”. “Era el segundo”. Importaba mucho cuál era la respuesta correcta.
Los hombres me dieron las gracias y dejaron el ascensor dejándonos a Jane y a mí viajar hacia la oficina en el silencio suficiente para que ella contemplara las dimensiones de mi superioridad intelectual y social. Estaba nerviosa por el tiempo que tardamos hasta llegar a su oficina, donde se suponía que hablaríamos de nuestro proyecto. En vez de eso, hablamos sobre sus elecciones vitales cuando tenía 18, sus preocupaciones e inseguridades sobre su trabajo y su cuerpo y su atracción hacia las mujeres a pesar de estar casada con un hombre. 
Después de eso, sabía que cada vez que me viera, su corazón revolotearía; estaría preocupada sobre las vulnerabilidades secretas que me había confesado, y se preguntaría sobre si desvestirme o abofetearme en la cara. Sabía que por un largo tiempo yo poseería sus sueños. El poder es nuestra propia recompensa, pero con su particular dinámica establecida, yo usaba el miedo al cáncer de mama y el procedimiento del paciente externo en un período de vacaciones de tres semanas, como otra forma de recompensa.

                                        
Un triángulo amoroso de mi creación 

Me gusta imaginar que he “arruinado a gente” o seducido a alguien hasta el punto de ser irreparablemente mío. Tenía citas con Cass durante un tiempo, pero finalmente perdí el interés. Él, sin embargo, no lo perdió. Así que intenté encontrarle otros usos. Una noche fuimos a una fiesta donde encontré a Lucy. Ella era llamativa, particularmente en su similitud a mí, lo que me hacía querer arruinarla. Hice los cálculos (Lucy está enamorada de Cass, Cass lo está de mí, tenía un poder insospechado en Lucy). Bajo mi mando, Cass empezó a perseguir a Lucy. Descubrí todo lo que pude sobre Lucy de sus amigos cercanos: nacimos el mismo día en distinas horas, teníamos los mismos gustos, las mismas mascotas molestas, y el mismo estilo de perturbación: una comunicación cuasi-formal. En mi mente, ella era mi alter ego.
Durante tanto tiempo como Lucy tenía citas con Cass, le mantuve como mi pieza arrimada a mí: podía inducirle a hacer y romper citas con ella en mi favor. Él sabía que lo estaba usando para arruinarla. Cuando empezó a sentir remordimientos de conciencia, rompí con él. Esperé hasta que centró toda su atención en Lucy, esperé hasta que ella sintió que las esperanzas de ella crecían, y entonces lo llamé de nuevo. Le dije que éramos importantes para el otro y que solo lo estaba probando.
Lucy hizo cosas peores para sí misma (no guardaba las cosas personales en privado, particularmente de gente como yo que podía usar la información en contra de ella). Mientras tanto, sus amigos a veces pensabas que yo era ella. Las cosas no pudieron haber ido más perfectamente.
Lo que lo mantuvo interesante fue mi genuina debilidad por Lucy. Casi quería ser una verdadera amiga. Sólo pensarlo me hacía salivar. Pero cuando se volvió un desierto demasiado rico, empeecé a eludirla. Hice que Cass rompiera con ella.
¿Qué hice realmente a Lucy? Nada. Ella cogió a un chico y lo besó. Le gustaba ese chico. Le veía varias veces por semana, a veces con su espeluznante amiga (yo). Después de un tiempo, no funcionó. Al final, no arruiné nada de ella. Ella está casada ahora y tiene un buen trabajo. La peor cosa que hice fue propagar un romance que ella creía que era sincero, uno que mantuve (lo mejor que pude) para romperla el corazón. Sé que mi corazón es más negro y frío que el de mucha gente; quizá eso es por lo que es tentador romper el suyo.

¿Qué es malvado, realmente? 

La Iglesia de Jesucristo de los Santos del último día es un sueño sociópata. Los mormones creen que todo el mundo tiene el potencial para ser como Dios quiere (yo también lo creo). Cada ser es capaz de la salvación, mis acciones son lo que importa, no mis pensamientos despiadados, no mis motivaciones malvadas. Todo el mundo es un pecador, y nunca me he sentido fuera de esta norma.
Cuando acudía a la Brigham Young (donde los estudiantes eran incluso más creyentes que los corrientes mormones) había infinidad de oportunidades para defraudar. Robé lo perdido y encontrado, diciendo que había perdido un libro, pero entonces podía tomar el libro “encontrado” de la biblioteca y venderlo. O podría coger una bici estropeada que estuviera en el mismo lugar durante días. Descubridores, cuidadores. 
Pero soy funcionalmente una buena persona (le compré una casa a mi amiga más cercana, le di a mi hermano 10.000$, y soy considerada una profesora servicial). Amo a mi familia y a mis amigos. Todavía no estoy motivada o preocupada por las mismas cosas que la mayoría de la gente buena.
No me importa dar la impresión de que no deberías preocuparte sobre los sociópatas. Sólo porque tengo una alta funcionalidad y no soy violenta no significa que no haya muchos sociópatas estúpidos, desinhibidos o peligrosos ahí afuera. Yo misma trato de escapar de la gente como esa; después de todo, no es como si los sociópatas nos diéramos pases para evitar el acoso.
A pesar de haberlo imaginado muchas veces, nunca he agarrado la garganta de nadie. Aunque me pregunto si lo hubiera cultivado en un hogar más abusivo, donde podría haber tenido las manos llenas de sangre. La gente que comete crímenes atroces (sociópatas o empáticos) no está más dañada que el resto, pero ellos  parece que tienen menos que perder. Es fácil imaginar a una versión de 16 años de mí misma siendo esposada con un mono naranja. Si no tuviera a nadie a quien amar o nada que lograr, quizás. Es difícil decirlo.